¿Y si Darth Vader y el Imperio fueran los buenos, mientras que la República y los rebeldes fueran los malos?
Es lo que se planteaba Jonathan V. Last en The Weekly Standard en 2002, coincidiendo con el estreno del Episodio II: El ataque de los clones.
Para Last, el Imperio, por un lado, representa el orden, la estabilidad, el comercio. Puede que fuera una dictadura, sí, pero Last la calificaba de benévola (“como la de Pinochet”, escribía, probablemente con la intención de provocar algún amago de infarto a sus lectores).
Por otro lado, La república es un sistema anquilosado e inefectivo sin un plan de gobierno. Como quince años más tarde se vería en el Episodio VII: El despertar de la fuerza, son incapaces de organizarse de forma eficaz tras acabar con el emperador y con Darth Vader. Y los rebeldes que trataban de restablecerla solo son terroristas religiosos con la intención de destruir el sistema imperante gracias al apoyo de contrabandistas (es decir, traficantes), que a su vez están asociados con mafiosos esclavistas (Jabba). Buscan convertir la galaxia en algo como Somalia, un país sin gobierno liderado por los señores de la guerra.
El punto de vista de Lat se ha comentado y ampliado en otros artículos e incluso en memes. Los hay que muestran, por ejemplo, a Dart Vader frente a un memorial por los caídos en la Estrella de la Muerte, parecido al de los fallecidos el 11S o en la guerra de Vietnam. También se han compartido imágenes y textos paródicos en memoria de quienes murieron en las dos primeras Estrellas de la Muerte.
Otros textos se han centrado en las similitudes entre Luke Skywalker y algunos yihadistas. En el héroe de Star Wars encontramos, por ejemplo, la figura de un padre ausente y la búsqueda de grupos que le sirven de apoyo, igual que en el caso de muchos terroristas. Obi Wan Kenobi sería un líder religioso radical y Yoda un instructor no muy diferente a los que adiestran a terroristas en desiertos del norte de África, aunque tal vez más bajito. Y bastante más verde.
¿Y a cuánta gente mató Skywalker al destruir las dos Estrellas de la Muerte de la trilogía original? En algunos foros se contesta a la pregunta: hablamos de tres millones de personas. Esta cifra, que supera a la población de países como Lituania o Eslovenia, es especialmente grave en el caso de El retorno del jedi: esa estrella estaba en construcción, por lo que gran parte de los fallecidos eran trabajadores y no militares.
De acuerdo, conviene contextualizar estas acciones: no olvidemos que al comienzo de Una nueva esperanza, la Estrella de la Muerte hace desaparecer el planeta de Alderaan, cuya población se estima en unos mil millones de personas. Solo hay dos países en el mundo, China e India, con más población. Pero también tengamos en cuenta que Alderaan era el planeta más afín a los rebeldes de toda la galaxia. Tanto el Imperio (con Alderaan) como los rebeldes (con la Estrella de la Muerte) creen estar haciendo un mal menor que evitará más muertes.
Las nuevas películas de la saga inciden en este tema. No sé si voluntariamente, intentando reforzar una idea que George Lucas probablemente no tenía, pero que los guionistas seguro que ya deben conocer. Así, por ejemplo, en Rogue One vemos a unos rebeldes especialmente radicalizados (pensemos en los personajes que interpretan Diego Luna y Forest Withaker) que se dirigen a una misión suicida.
Quizás los paralelismos entre el Imperio y los rebeldes no sean justos, ya que los rebeldes no atacan objetivos civiles, Pero además de la muerte de trabajadores en las Estrellas de la Muerte, hay otra prueba de crueldad: once físicos confirmaron a la revista Tech Insider una teoría popular entre los fans, según la cual los restos de la segunda Estrella de la Muerte habrían caído sobre Endor causando la muerte de todos los ewoks. Cosa que a muchos no nos parece tan mal, pero ese es otro tema.
Y, aunque no les veamos las caras y se tropiecen con las puertas de los destructores imperiales, las tropas de asalto imperiales también son personas, como vimos en el Episodio VII. Es gente que, en la mayoría de los casos, no pudo escoger qué quería hacer con su vida.
Esta es una de las cosas que más me gusta de internet: hay muchísima gente pensando sobre muchísimos temas, y, aunque sea a modo de juego, hacen que nos replanteemos nuestro punto de vista, poniendo de manifiesto que damos por hecho muchísimas cosas simplemente porque nos las han presentado así siempre.
Este ejemplo es muy claro: los rebeldes nos caían bien porque la narrativa de las películas les resulta favorable. Si cambiamos la forma de presentarlos, sus acciones son más que discutibles.
Esto nos lleva a recordar que los terroristas de ISIS ( o de ETA, o del IRA) no se ven a sí mismos como terroristas, sino como héroes que luchan por la libertad y contra el opresor imperio de Occidente, responsable de la colonización y de gran parte de las guerras y conflictos no solo de Europa y de América del Norte, sino del resto del mundo. Para ellos, el presidente de Estados Unidos es Darth Vader y Mark Zuckerberg, el emperador. Hace como veinte o treinta años el empedrador habría sido el consejero delegado de la Coca-Cola, pero las cosas han cambiado desde entonces.
Por supuesto, que los terroristas de ISIS se vean a sí mismos como nosotros vemos a los rebeldes no significa que tengan razón, ni mucho menos, pero sí hace que reconsideremos puntos de vista que damos por sentados y nos ayuda a entender aspectos como el apoyo popular que (equivocadamente, sin duda) tienen estos movimientos.
Sin embargo, estas teorías sobre Star Wars han servido también para todo lo contrario: en lugar de tener en cuenta que el otro se parece más a nosotros de lo que nos gustaría, se han usado para reforzar nuestras ideas acerca de nosotros mismos. Porque, claro, si los rebeldes son terroristas, eso también significa que el Imperio no puede ser tan malo como lo pintan.
Por ejemplo, el Imperio quizás tenía derecho a destruir Alderaan si con eso podía salvar las vidas de posibles víctimas del terrorismo. Sí, la princesa Leia dijo que no había armas en Alderaan, pero ¿quién cree a un líder terrorista? Y si no podíamos creen en Leia, que durante años nos pareció una de las buenas, ¿cómo íbamos a creer a Sadam Huseín, que solo fue aliado porque parecía algo menos malo que los peores?
Muchos artículos y tuiteros adoptaron este punto de vista coincidiendo con el estreno del Episodio VII, ya no como juego subversivo, sino en esta línea de reafirmación. Incluso la web supremacista blanca Breitbart se sumó, asegurando que “Estrella de la Muerte” era un término propagandístico: “Felicidades por apoyar el asesinato de cientos de miles de ingenieros civiles y de personal militar amante de la paz y de la libertad”, escribieron. Para esta web. El verdadero héroe es Jabba the Hut, a quien se deja de ver como a un esclavista para pasar a ser un empresario que tiene empleados de todas las razas de la galaxia y que es brutalmente asesinado por una mujer blanca. Ese es el nivel de Breitbart: ver una conspiración feminista en la huida de una mujer que está encadenada a una babosa gigante.
Aquí, una vez más, vemos otra de las cosas que ocurre en internet: lo que comienza como una nueva perspectiva sobre un tema acaba convirtiéndose en una nueva forma de reafirmar lo que ya pensábamos antes. Al final, todo consiste en confirmar que nosotros somos los buenos y, por tanto, en justificar cualquier acción que hayan llevado a cabo “los nuestros”.
Todos caemos en este error, incluso cuando creemos que estamos abiertos a las ideas ajenas: cuando leemos artículos, libros y tuits, preferimos que nos digan que tenemos razón. No buscamos argumentos, sino un argumentario que ir arrojando en discusiones sobre cualquier asunto. No queremos ni siquiera plantearnos la posibilidad de estar equivocados.
Esto no es algo que solo pase con asuntos de geopolítica relacionados con la invasión y la destrucción de países y planetas, sino que es algo que experimentamos cada día. Porque cada día nos enfrentamos a pequeños dilemas éticos y la mayoría de nosotros, yo incluido, ya tenemos la decisión tomada de antemano. No hay análisis racional, sino racionalización de lo que ya sabíamos que íbamos a hacer o a decir.
Cada día llevamos a cabo decenas de acciones que tienen consecuencias para otras personas y que ni siquiera nos planteamos. Actuamos de modo automático y nos veríamos en problemas si nos preguntáramos por qué hacemos lo que hacemos: si alguien nos pregunta por qué vamos al trabajo en coche, por ejemplo, es posible que tengamos que pararnos a pensar en las razones porque, tal vez, no lo hayamos hecho hasta ese momento. Vamos en coche igual que simpatizamos con los rebeldes: siempre se nos ha presentado como la mejor opción.
(Jaime Rubio Hancock. ¿Está bien pegar a un nazi? Libros del K.O. Madrid. 2019)